Las Buenas apariencias ocultan la política real

Con dirección elitista y casi narcisista, así vemos hoy lo que se trama desde las altas esferas del marketing y la publicidad para convencer a su público cautivo. En la música se ven a diario los productos inventados desde la estética de lo lujoso y vanidoso, tal cual fuese toda una deidad aquella que posan por artistas. Más aquí no voy a hablar del espectáculo musical, pues me muevo más hacia el espectáculo político de la sociedad.

Se dice que en las elecciones de debaten las ideas, pero todos saben que en estos tiempos, lo  que vale es la cara bonita y la apariencia de una supernova. Las campañas políticas se han convertido en quien tiene eso que pueda enloquecer al pueblo no por lo que trae a la mesa, sino por lo que lleva.  En Puerto Rico se da ese juego cada 4 años, vemos como la publicidad enaltece los dotes de sus candidatos para hacerlos lucir como  galanes de novelas. El actual Gobernador y el eventual candidato del PNP son un perfecto ejemplo de la combinación del engalanamiento político con la publicidad patética en la televisión. La culpa de esta costumbre es del pueblo que cae en su misma trampa, los hombres que se les engrandecen los ojos por la figura extrovertida de la mujer candente que aparece en la papeleta y las mujeres que discuten por las dotes físicas que ofrece el hombre aspirante. Característico de una sociedad que en vez de analizar sus plataformas políticas se enfrascan en el análisis estético de los candidatos.

Si fuera por las apariencias y el marketing, ya grandes líderes jamás hubiesen llegado al poder. Habría que preguntarle al ex presidente  Lula Da Silva o al pueblo sudafricano , si la apariencia de sus destacados jefes de estados fue la clave para guiar a su país a la prosperidad económica o mejor aún indagar sobre si los mexicanos creen que su presidente realmente cumplió con lo que se esperaba de su estética. Claro es el juego del lujo y la vanidad, traídos de la una teoría política que solo busca vender productos que contienen la acefalia administrativa. El mundo de hoy está repleto de presidentes que llegaron al poder más por su apariencia que por sus ideas, una disyuntiva que debe ser descartada para cualquier nación que se respete a sí mismo.

El marketing podrá ser buenos para vender productos, pero en el espectáculo político puede tener consecuencias terribles donde se le propine una ceguera colectiva a los pueblos esclavos del chayotismo y el superficialísimo envueltos de la publicidad. Lo comercial jamás puede valer más que la interacción profunda de ideas y planteamientos que se dé desde la gama de la diversidad ideológica.

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