Marcados por su ubicación geográfica y su situación política Puerto Rico fue devastado por un temporal vasto que destapó el antifaz de la realidad disfrazada que con mucho ahínco se ha restregado ante el mundo. Tuvo que pasar una tragedia de gran proporción para que muchos se dieran cuenta que la pobreza no es un cuento, que la desigualdad es rampante y que el gobierno no relaja cuando habla de precariedad en sus bolsillos.
El 22 de septiembre fue un día sin igual para puertorriqueños porque en la adversidad lograron hacer algo que hace tiempo no lograban y era compartir con vecinos, familiares y amigos a carne viva sin ningún tipo de tecnología a su lado. Como decía el escritor José Luis González la Isla experimentó “La noche en que volvimos a ser gente”. Los hechos y los titulares se centraron en el azote y devastación del huracán María sobre el archipiélago caribeño y aun cuando hay una cifra de muertos que mucho estiman superior a la informada por el Gobierno, hay una peculiaridad que se pasa por desapercibido a ya meses de aquel fenómeno natural. Y es el marketing mal tasado de alabar la resignación como colectiva y evitar mostrar inconformidad con lo que está sucediendo en la realidad del País.
Hace unos días se presentaba la noticia de que un joven del este de la Isla que murió por simplemente pasar hambre. Había que ver la poca importancia que se le daba en los medios al particular. Estaban las masas designadas y resignadas a entrar en una realidad disfrazada donde sólo la vibra positiva y el afán de recuperarse fuera todo el mantra que les persiguiera. No se podía exhibir depresión, ira o frustración porque rápido las vibras de la resignación te insistían en lo bien que vamos.
Puerto Rico está a oscuras en muchas áreas significativas como el área este y lugares de foco de desarrollo comercial en partes del área metropolitana. Se tiene una estructura de servicio eléctrico que no está al nivel del que se requiere. Tanto es así que los directivos de este brazo agencial no cumplieron con meta del Gobernador Rosselló de que más del 90% tuviera acceso a electricidad para mediados de diciembre. Y ni hablar de las telecomunicaciones que mantuvieron al país incomunicado luego del desastre. En una era sumamente interconectada las empresas privadas de telefonía móvil e internet no estuvieron a un nivel de altura como se esperaba.
Estamos hablando de una jurisdicción estadounidense a oscuras en muchas partes con gente muriendo de hambre, desempleo rampante por cierre de comercios y una emigración acelerada.
La realidad es que Puerto Rico le mostró al mundo que a duras penas es un país de gran desarrollo con un estado fallido por carecer de facultades políticas para hacer frente y plantar cara ante la adversidad.
Un huracán fue el detonador de que muchos se dieran cuenta que la crisis criolla no es un juego, de que la situación colonial es un óbice para el desarrollo pleno y que la desigualdad social es mucho peor de lo que se cuenta. De alguna manera el paso de María sirvió como para enfrentarnos a una realidad disfrazada que se había evadido por décadas. Puerto Rico se ha mercadeado como un lugar desarrollado que nada tiene que envidiarle a ese Sur marcado y vilipendiado como tercermundista. No hay dudas que ese planteamiento tuvo cambios tras destaparse la realidad social del país.
Flotando sobre el Caribe sigue luciendo como un encanto, pero no tanto lo es la suma de condiciones sociales que está azotando a sus ciudadanos.